Si hemos de referirnos a la
historia de la radio en Guatemala, forzosamente habrá qué poner en
primer orden a la estación que nació con la mejor estrella; la que iba a
sobresalir en “la Ciudad elegida”, la que nacería para triunfar y para
convertirse en patrimonio cultural de Quetzaltenango; y nació -por una
equivocación burocrática- con las siglas TGD y TGDA, correspondiente a
sus dos transmisores en Onda Larga y Onda Corta, ya que su propietario y
promotor la había inscrito con las de su nombre y estas eran TGJ Y
TGJA, que le fueron adjudicadas a la Radio Nuevo Mundo de la ciudad
capital, cuyo propietario hacía gestiones al mismo tiempo.
Como la Marimba, la emisora TGD La Voz
de Occidente tiene en su conformación, todo un bagaje de sentimientos
que se conjugan por el hecho de que ambas principian siendo materia
bruta, pero por las manos del artista, cobran vida hasta que, con el
concurso del ser humano y del artista, se le hace vibrar desde sus
propias entrañas y llega a conmover corazones y sentimientos.
Poner a funcionar una estación en la
actualidad es cosa sencilla: Se gestiona la frecuencia y se compra el
equipo, se conecta y se echa al aire; de ahí que, en una actitud
irresponsable muchos hayan puesto a funcionar centros de difusión
clandestino que no llenan los requisitos que la ley exige, incluyendo la
obstrucción a la comunicación aérea, como ocurre en el corredor de El
Quiché, El Petén, Huehuetenango y el propio Quetzaltenango; mientras que
otras, responsablemente, cumplen con todos los requisitos de ajuste de
equipos y funcionan bajo la égida legal.
Pero por la década de los años 1940, las
cosas eran diferentes. La radio estaba apenas naciendo en las
principales capitales americanas y solo estaciones como la BBC de
Londres, traspasaban continentes con las noticias y las claves que los
países aliados utilizaban en su lucha contra el Tercer Reich de Adolfo
Hitler, que cayó estrepitosamente en 1945, dando fin a la guerra más
sanguinaria que la humanidad haya conocido.
Si dentro del desarrollo de la guerra
quedaban algunos repuestos y material diverso, inmediatamente después
las cosas se habían agotado. Es ahí donde entra el genio inventivo de
don José Ángel Yllescas Flores, creador de la estación de radio que iba a
irrumpir los cielos del sur occidente, como algo mágico, como un
monumento a la nueva tecnología por la que se iba a llevar el sonido,
pero más aún, el pensamiento y el talento del hombre, del artista, del
actor y del periodista, hacia todos los ámbitos del mundo.
Don José se preparó en todos los
detalles. Mientras hacía construir sus estudios centrales con dos
cabinas de locución y una de control central, frente a un gran salón que
sería su teatro estudio, arregló un taller espacioso en el edificio
heredado de su padre, donde funcionaba aún una gasolinera y taller
mecánico.
Radiotécnico graduado en la National
Schools, se impuso el reto de construir dos transmisores para funcionar
en las frecuencias asignadas y a los sueños puso la acción.
Con sus propias manos, utilizando
chasises de radios viejos, pedazos de refrigeradores y otros elementos
que requerían una especie de estantería, los cortó y los fue uniendo con
soldadura eléctrica, de la que disponía en su taller de mecánica,
dándole además, una forma estética y adicionándole los transformadores
que él mismo construyó, más toda una serie de alambres que fue colocando
con arte y sabiduría.
Construyó uno y después el otro. Luego
adaptó un amplificador de los que existían para convertirlo en consola
central. De tocadiscos antiguos construyó sus tornamesas, agregándole a
los “brazos” para que tuvieran cabida los enormes discos que antaño
venían; no tenía micrófonos ni venían de ningún país. Entonces, con
bocinas de camiones antiguos, formó la caja acústica y le hizo una
adaptación con un transformador al fondo para que recibiera los sonidos.
En muchos de esos menesteres le ayudó un
gran quetzalteco y maestro de cientos de generaciones, don José Luis
Leal G., autor de libros didácticos de mucho prestigio y primer operador
que trabajó en los controles de la emisora en su inicio y primeras
audiciones.
Al cabo de cientos de retos y miles de
dificultades, los transmisores estaban concluidos. Los instaló al fondo
del parqueo de su casa y en la parte de atrás construyó la caja de
sintonía y la primera torre hecha de madera, en cuya parte central
bajaba un cable grueso que era el que emitía la onda de radio. A un
lado, figuraba la antena de onda corta que era un alambre en posición
horizontal, con un aislador grande en medio, sostenido por dos mástiles.
La obra estaba concluida. Todo lo
técnico estaba efectuado, las primeras pruebas se había realizado y las
complicadas mediciones se habían cumplido. Las frecuencias asignadas
con todos los requisitos de ley estaban listas para principiar a emitir
señales radioeléctricas, dentro del término fijado por la Dirección
General de Radiodifusión de Guatemala.
Se hizo acompañar de amigos y conocidos y
se preparó el gran momento. Quetzaltenango iba a ser escuchado en toda
la zona y en buena parte del mundo a través de la onda corta.
Llegó el 17 de febrero de 1947. Las
ondas hertzianas se estremecieron con los impulsos eléctricos ahora
convertidos en ideas, pensamientos y expresiones y desde aquel día
memorable para la radiodifusión, para Guatemala y especialmente para
Quetzaltenango, la primera emisora particular daba sus primeros pasos en
1070 kilohertzios en onda larga y 6020 kilohertzios en onda corta.
TGD LA VOZ DE OCCIDENTE había nacido
para quedarse como el más grande tesoro con que cuenta Quetzaltenango y
sigue vigente para satisfacción de la digna familia Yllescas y de
quienes amamos la radio, la libertad de emisión del pensamiento y las
diferentes inquietudes que son propias del ser humano, como suprema
creación de Dios.




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